Pero siguen perviviendo, incuso en restaurantes de cocina reseñable, aspectos impresentables. No parecen importarles, aunque llevo escuchados ya media docena de comentarios negativos en mesas próximas sobre el tema. Quiero pensar que son resultado de la maldita costumbre de los clientes de no quejarse sino simplemente dejar de acudir al local. Pero no solo. Aspectos como los relatados a continuación son imposibles que pasen desapaercibidos para los propietarios. Algo que permite deducir que la satisfacciñon de los clientes les importa menos de lo que debiera.
He aquí algunos a añadir a los ya comentados hace unas semanas . Y hay más que seguirán en un tercera entrega.
La difusión de la moda de las cocinas abiertas al comedor es un avance. Si uno está sentado en una mesa cercana puede observar el detalle de cómo elaboran los platos. En bastantes casos ha traído como consecuencia, sin embargo, que los olores de la cocina se esparzan por la sala, o por las mesas más próximas a ella, de una forma insoportable. En otros, demsiados, casos se trata simplemente de que el sistema de extracción de humos es insuficiente, no funciona o no ha sido puesto en marcha (que también pasa).
Acudir a algunos restaurantes de Valencia, es cierto que también de otras ciudades, se convierte así en un suplicio. He visitado en las últimas semanas a dos de ellos y, por más que no he comido mal (tampoco bien y hasta decepcionantemente en El Ventorro donde los platos de cuchara estuvieron muy lejos de los que eran), la impresión ha sido deplorable. En esta casa de comidas que incluía entre los elegidos en el anterior comentario, todo el comedor, situado en el piso superior, apestaba a lo que se había frito en la cocina. Hasta tal extremo de que, tras la comida, tuve que coger un taxi para ir a casa a cambiarme antes de encontrarme con otro cliente. En Appetite, como era una cena que tampoco resultó gastronómicamente brillante, no fue necesario tomar medidas de emergencia pero el resultado fue el mismo: del pelo a los calcetines todo apestaba a aceite frito.
Como no hace falta indicar, existen sistemas para evitarlo. Una visita a Ricard Camarena es una excelente comprobación: su cocina comunica directamente con el comedor y sin embargo no hay un olor en la sala (tampoco en Canalla Bistro que me sigue sin convencer). En todo caso, si el extractor instalado no es lo suficientemente potente se debería separar la cocina, como se hace en Londres por ejemplo y me malicio que tiene Camarena, con un cristal que evite este insoportable acompañante. Otra alternativa para el cliente, obviamente, es borrar los locales de la lista de las opciones a considerar para salir a comer o a cenar.
Todo lo anterior sucede además, en una ciudad en donde está autorizado extraer los humos a la calle, incluso a la altura de los viandantes o en callejones de escasos metros. Con lo cual, pasear por ellas le transportan al ciudadano al subdesarrollo más insano. Por no hablar de la moda, por ejemplo plaza de Mariano Benlliure a menos de 500 metros del Ayuntamiento que debería controlarlo, algunos locales - Taberna Española creo que se hace llamar- sacan a la vía públicalas carnes con sus planchas para acabar de asarlas al gusto, arruinando la velada de los comensales de los locales que no lo hacen. Pero una visita por el para tros admirable Russafa tira para atrás. Ahora durante los meses del frío ésto desaparecerá. Pero me temo que para volver con más fuerza cuando vuelva el buen tiempo. Very typical indeed!!
Las cartas cochambrosas.
Siempre que me encuentro con una carta llena de manchurrones, tachaduras o simplemente tan vieja que apenas se puede leer, pienso lo mismo: si esa es la imagen que da el restaurante a sus clientes a la hora de presentar lo que ofrecen ¿cómo será la limpieza y el cuidado de lo que no está a la vista del comensal; por ejemplo la cocina? No tiene por qué haber relación directa entre una cosa y otra, pero no es una vinculación descartable.
Y eso cuando un equipo multifunción que permite imprimir la carta todos los días, Casa Manolo de Daimús lo hace, cuesta menos de 100 euros. No me estoy refiriendo por tanto a la renovación de la tapicería de las sillas repletas de manchas en algunos restaurantes de la ciudad (el hoy flojito Zen por ejemplo). En el caso de las cartas no es una cuestión de coste; no se puede explicar una vez más que por falta de consideración al cliente.
Una modesta impresora evitaría esa penosa imagen con la que salí hace unos meses en Rías Gallegas, buena cena por otro lado, en donde no sólo era casi imposible leer la carta de postres sino que además había varias de las luces del techo, cierto es que está a una altura considerable, fundidas. Pero el que hubiera algunos de los huecos sin bombilla indicaba que llegar hasta el mismo no era el problema.
No es de Valencia, pero... |
Lavabo de Asiate: NYC |
Vaya por delante que no me estoy refiriendo a contar con unos lavabos como los del newyorkino Asiate: espectacular la vista, menos el menú aunque merece la pena en una ciudad donde se come peor que antaño. Ni tampoco al estado manifiestamente mejorable de bastantes de estos lavabos inexplicablemente no incluidos en las obras de acondicionamiento del local, como mencionaba recientemente en mi comentario sobre Sharme. Me refiero estrictamente a su limpieza, algo que no tiene excusa. Y sin embargo demasiado a menudo uno se encuentra las papeleras llenas, los espejos sucios, falta de jabón, las repisas descuidadas y un exceso de polvo que no tiene justificación.
La tarjeta que desaparece de la vista
Una de las razones de la existencia de estos artilugios, obligatorios en algunos países, es precisamente que el cliente no pierda de vista en ningún momento su tarjeta. ¿A qué viene entonces llevársela? Mi percepción es que es simplemente falta de profesionalidad del servicio. Y en modo alguno desconfío de los lugares en donde pago con tarjeta, si lo hiciera pagaría en efectivo Pero la imagen que se transmite, por ejemplo a los turistas franceses en cuyo país esto sería inconcebible, es penosa. Aquí tanto Casa Manolo, ejemplo de tantas cosas una vez más, como Sharme o El Ventorro son un ejemplo a seguir.
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