Es sin duda Guy Martin un cocinero reconocido que ha
demostrado sobradamente su calidad. Si uno puede permitirse el capricho de ir a
su principal restaurante, Le
Gran Vefour, no sólo ni quizá principalmente por
su cocina por más que sea excelente. El local, su belleza,
su historia, tiene tanta o más importancia. Y está
plenamente justificada. Y, por otro lado, es un excelente restaurante. No es poco mérito aunque para lo que
cuesta tampoco hay que exagerarlo.
Sin embargo, cada vez más, hay lugares de
prestigio en donde se paga mucho y se
recibe menos de lo esperado (y de lo razonable). Son lo que llamo los restaurantes
espectáculo. En el caso del de Guy Martin más que contar lo probado, me parece de
mayor utilidad comentar las lecciones que extraje. No son exclusivas de este
local y en España también se dan, pero todas juntas no de forma frecuente. O no tanto como me gustaría.
1.-La reserva. Parece un
punto irrelevante pero no lo es. Comer en lugares como Le Grand Vefour requiere
reservar con tiempo. En este caso, además dar información de una tarjeta de
crédito por si se produce un non show, un
teléfono de París (el del hotel por ejemplo) y reconfirmar pocos días antes. Sin
duda, no es poco trámite.
Pero en lo que
quisiera insistir es que todo ello se hace desde la más extrema corrección. Sin
exigir nada, sin convocarlo a uno a una hora, sin espetarle si está lleno que
lo ponen en la lista de espera. Todo con una educación exquisita que debiera
ser la norma hasta en restaurante de menú a 8,50. Lo contrario de lo que pasa
todavía aquí, por ejemplo, en Vuelve Carolina .
2.-
La recepción. Otro
aspecto que parece indiferente y tampoco no lo es. Desde las buenas tardes o
las buenas noches al que haya alguien cerca de la puerta, la sensación
acogedora es completamente distinta a esos lugares en donde uno debe esperar a
la entrada porque los camareros están ocupados (534 por ejemplo). Por lo que
comprobé, Guy Martin recibe a los comensales a la entrada de 20 a 20:30. A los
que lo reconocen, les saluda cordialmente, y a los que no, o no les saludan,
también. El "espero que coman/cenen bien" es obligado, por supuesto
3.-
La copa de aperitivo. Con
la botella de champagne llevada a la mesa y llenada como se debe. En este caso fue
un Magnum de
Duvay-Leroy rosé non millesime, pero la marca es casi lo de menos,
dejando de lado alguno de medio pelo que sirven algunos, como fue el caso en mi
última visita a
Riff (Baron- Fuente creo
que fue). Lo que cada vez acepto menos es que traigan servidas las copas, y más
que estén medio vacías (con lo que
cobran) y encima no se molesten en
indicar que están sirviendo y haya que preguntarlo (la última visita a
La
Escaleta). Eso sí en Vefour, sin nada para acompañar, algo demasiado frecuente
en Francia.
4.-La carta. Si se deja de
lado, la horterada francesa de entregar cartas sin precios a las señoras, (pas
grave: se pide que la cambien aunque sea muy ilustrativo de los límites de la igualdad en la République)
la carta es una carta de toda la vida. Corta para algunos tal vez, pero carta.
Nada de menú, (con la coletilla de servido a mesa completa) ni menos todavía
menú sorpresa que no quiere decir otra cosa que se le obliga al visitante a
comer lo que le da la gana al restaurante. Tampoco nombres incompresibles.
Como
se puede ver en la web, platos identificables y que, en mi experiencia,
responden a lo que se anuncia. La fe ciega es no ya una tomadora de pelo sino
un signo de papanatismo. A un cocinero le puede dar por experimentar, pongo por
caso, con el ajo, y a un cliente sentarle como un tiro. Y así mil ejemplos.
La carta que hoy tiene en
la web es diferente a la de principios de mes. Lo cual dice mucho del deseo de
variar la oferta. Es un incentivo para volver. Al lado de algunos de los locales valencianos
(
La Cuina de Boro por ejemplo) que llevan años ofreciendo lo mismo, me parece
una estrategia inteligente. Al menos variar una parte y dejar aquello que tiene más demanda.
Y desde luego que se pueda consultar antes de acudir.
5.-La carta de vinos. Me
pareció espectacular por lo manejable. Y de precios moderados para Francia en
donde el vino en el restaurante multiplica su precio de tienda por cuatro (aquí
por 3). No tiene sentido el volumen que dan en algunos lugares, La Tour
d’Argent como caso extremo, en donde se necesitaría una semana para estudiarla.
No me pareció que los vinos fueran especialmente inencontrables, pero tampoco
le dediqué demasiado tiempo. Yo me encargué del blanco (elegí un Condrieu el Terrasses de L'Empire Vernay 2010). En tintos, tomamos un Lagrange 2005 espectacular como (casi) todos
los St. Julien.
6.-
El servicio. Primera
pregunta después de inquirir si se ha decidido ya qué tomar. ¿Alguna alergia? ¿Algo
que les siente mal? Después, un impecable el ritmo y el control de lo pedido
por cada comensal sin ninguna confiusión: lo inverso de lo que me ocurrió en
El Club Allard. Camareros de edad, menos el sumiller y el jefe de sala que
diría que era el hijo de Martin, con muchos años de profesión. Pero sin el
distanciamiento, ¿petulancia? algo casposo que he visto en
La Tour d’Argent. Por
supuesto, todos hablaban inglés y castellano (al menos).
7.-El pago. Una última lección.
No se pierde de vista la tarjeta que se mueve de la mesa. Para eso
están los datáfonos. En demasiados restaurantes españoles a pesar de tenerlos
se llevan la tarjeta con la cuenta para volver con ella y el datáfono. Incomprensible.
Otra cosa es, como me sucedió hace poco en Granada, (Alacena de las Monjas) es
que la mesa, en un semisótano en este caso, no tenga cobertura. Pero en ese
caso, lo que se me pidió es que acompañara al camarero siempre con mi tarjeta
en la mano. Y que conste que nunca he tenido ningún problema de cargos fraudulentos.
...........................
Exceso de sal: en demasiados restaurantes
Que la sal es un potenciador del sabor es conocido. Que a los españoles, y a los valencianos, nos gustan los platos "sentiditos" de sal también. Como que algunos productos la necesitan. Y más hoy en que su manipulación los hace completamente insípidos (tipo vieira del atlántico norte).
Pero muchos restaurantes se pasan. No es sólo que no siempre el lomo de bacalao esté correctamente desalado, es que en demasiadas ocasiones todos los productos están demasiado salados. Paellas ha habido que no me he podido comer (en Soqueta de Oliva) porque entre la sal del caldo y la echada al arroz, el plato no sabía a otra cosa. Debiera cuidarse más.
El Tossal cambia de dueño
Hay locales que uno piensa que debería haber visitado más...cuando han cambiado de propietarios. El Tossal podría ser uno de ellos. Sigue el restaurante pero no con las mismas cocineras: Tere y Raquel, madre e hija. No siempre les salían igual de buenos los arroces, no siempre el menú me resultaba atractivo y no siempre los vinos recomendados por Jose eran de mi agrado (ni sus precios).
Pero ha sido el prototipo del negocio familiar que sabiendo modernizárse hacía que siempre te sintieras a gusto. Esperemos que el cambio de propiedad mantenga estos rasgos básicos que no tienen precio (además de informar a los de
Verema que el restaurante no ha cerrado como anuncian en su web)