Siempre se ha dicho, por supuesto a partir de que lo escribiera Ramón de Campamor, que “no hay verdad ni mentira: todo es según el
cristal con que se mira”. Y pocas veces me parece más acertada la apreciación que a la hora de
comentar El Poblet de Valencia con una percepción inseparable de haber tenido el privilegio de haber disfrutado muchos, ¡pero muchos!, del de Denia.
Lo que sigue, que en síntesis resumen el título, es por tanto compatible con otras
valoraciones. Incluso las diametralmente opuestas. Sin ir más lejos, las de una pareja en una
mesa contigua en una de mis dos visitas. Sus ocupantes encontraron insuperable todo: desde el wasabi del detalle de
entrante hasta la tarta de manzana caliente final, imagino que similar a la en mi opinión demasiado vieja. No es que sus
opiniones me importaran, es que la cercanía de las mesas y los alaridos
que daban hacían imposible no escucharlas
Que Quique Dacosta es un
excelente cocinero no está en discusión. Que su restaurante de Denia, dejando
de lado algún detalle, cuenta con uno de los equipos de sala más profesionales
de la Comunidad Valenciana tampoco. Pero que en El Poblet de Valencia se coma como
uno espera sabiendo quien está detrás, es otra cuestión. Como lo es el
servicio de este local de Valencia que recoge el nombre del que hizo famoso a Dacosta en Denia, que comete fallos garrafales sin posible explicación.
En este terreno del
servicio tuvo mucha suerte la comentarista, que no crítica, de gastronomía
Cristina Jolonch que, en su reciente reseña de EL Poblet destacaba el
trabajo “impecable” de Romeralo sin referir ni un detalle concreto del restaurante. Claro que en su pluma, escribir que "todavía falta trabajo de documentación en los platos" equivale al peor comentario negativo. La llevo leyendo años y jamás le he leído un pero a alguien con nombre.
En cualquier caso, en las dos ocasiones en que he estado
no sólo no he visto a la gerente por ningún lado, sino que además el servicio de sala presentaba deficiencias notables. Vamos, ¡que estaba a una galaxia y media de ser
impecable para lo que se espera de un local de este tipo!.
¿A qué me refiero? Pues,
para empezar, a la música de rock estruendosa que nos fastidió media cena (luego afortunadamente la apagaron) en la
primera visita. O a la, que se hace interminable, espera para que nos recogieran los abrigos
que amontonamos en una silla de la mesa de al lado vacía afortunadamente,
en la segunda. Por no mencionar a la camarera
que destrozó el esforzado, e impecable ese sí, trabajo de sus compañeras con Luján Carnicer a la cabeza (aunque ella es la responsable última de todo), ignorando que servir
(lo que sea) cruzando (el vino, el plato, el cubierto,…) por delante de un comensal es simple mala educación. O referir la dificultad de que nos trajeran la
cuenta dentro de un plazo prudencial después de haberla pedido. Vamos una pequeña
decepción. Porque las decepciones grandes se concentran es lo que se sirve en
el plato.
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El Poblet (Denia): el que ya no existe |
Insisto, la percepción puede
estar influida por lo que he probado en Denia durante décadas. Pero dudo que esta influencia llegue hasta el extremo de ser relevante en el
convencimiento de que el bacalao estaba mal desalado y fuera igual al que se sirve no ya en docenas sino en centenares de locales por toda España.
Ni tampoco en encontrar exactamente igual la estructura del campo de cítricos, por
supuesto con diferente sabor, que la del bosque animado. Ni menos aún que encontrara la pasta de la
tarta de manzana correosa a más no poder como si estuviera mal descongelada o fuera
de la noche anterior. Si a eso añadimos que ni el experimento con tomate ni con la ostra me dicen nada, pues poco positivo puedo decir. Bueno sí, que el steak tartare es tan bueno como en de Vuelve Carolina. ¡Igual es que es el mismo!. Como conclusión:
si las comparaciones son odiosas, comparar El Poblet de Denia con El Poblet de
Valencia es abominable. Y lo malo es que, si se conocen ambos, es imposible no compararlos.
En resumen: un restaurante
más y no de los mejores hoy en Valencia (y alrededores). Demasiado poco
para quien parece querer convertirse en el Alain Ducasse valenciano (espero que sin renunciar a su nacionalidad como hizo el francés hoy monegasco para no pagar impuestos). Algo meritorio desde el punto de vista económico teniendo en cuenta los casi 400 millones anuales que factura el grupo Ducasse. Pero en mi opinión de discutible
calidad gastronómica. A pesar de sus tres restaurantes con tres estrellas
Michelin y del apoyo incondicional de Alberto de Mónaco y familia.
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Arzak asesora en Londres
Dicen, los que no saben, que los ingleses no saben comer. Y van más allá los ígnaros osados afirmando que en la pérfida Albión no aprecáin la gastronomía. No debe de pensar lo mismo Juan Mari Arzak que el próximo febrero abrirá Ametsa with Arzak Instruction en el impresionante -y carísimo- Hotel Halkin en colaboración con el grupo propietario del mismo.
Y es que no hay nada como no tener complejos -y también existe el de superioridad- para avanzar.
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Anerea, lo nuevo de Josep Quintana en Ruzafa (Rafa Viguer) en comersinmilongas.com
Afortundamente, no. Anerea no es un gastrobar. No hay carta molona diseñada por un chef consagrado pero ausente. Es la nueva "casa" de Josep Quintana, su cocina y la imagen que proyecta después de que la crisis anegara su restaurante Torrijos y la consiguiente estrella Michelin.
La coqueta y pequeña cocina queda al fondo y totalmente expuesta. El resto hasta llegar a 62 metros cuadrados lo conforma un espacio relajado y luminoso donde se albergan seis o siete mesitas.
El precio pretende adecuarse drásticamente a la que está cayendo, con un menú mediodía de 19,50 € compuesto por tres platos más arroz y postre, y dos menús de 4 ó 5 platos a compartir por 24 y 35 € respectivamente. Sin olvidar nunca que quién directamente los propone y elabora proviene de los altares de la gastronomía valenciana.
Y éso se nota. Las descripciones de los platos son cortas, los emplatados sencillos y el producto al alcance de cualquiera. Pero cuando úno se lo lleva a la boca reconoce un punto especial, que funciona, se distingue y hace disfrutar.
Los cuatro platos que pedimos fueron, Judías, gambas y foiegras; una capa de carpacho de gambas y virutas de micuit, envolviendo un timbal de judias, simple pero perfecto. Cordero, rúcula, cecina y parmesano, excelente. Patata, mollejas e ibérico, me ahorro adjetivos por no aburrir, pero en la línea. Y Sardinas con algas, huevas y lima, lo mismo.
Los postres, mejor si cabe; Coca, calabaza y helado de pistacho, realmente superior y Chocolate, pera y regaliz, rico.
Y ahora viene la parte, llamémosla regular. Esa noche en la pizarra figuraban los platos disponibles sin precio y más abajo una descripción sucinta de los dos menús de 24 y 35 €.
Yo había visto en el facebook de Anerea la foto de una pizarra con los precios puestos, todos entre 6'50 y 8'50 €. Por otro lado, había leído un comentario reciente de un veremero dónde detallaba los mismos precios que en el citado facebook, y una cuenta final por persona de 23 € con vino y mucha satisfacción incluida.
Un servidor interpretó pues, que el menú elegido, el de 24'50 €, tendría que tener cuatro platos realmente copiosos, puesto que multiplicando por los tres que éramos (73'5 €), y descontando unos 12 € en concepto de postres, cada plato saldría por encima de los 15 €; más de doble de lo que había leído.
Pero de copiosos, nada... Tuvimos una evidente sensación de escasez, y así se lo hicimos saber al camarero, no sin antes alabar muy sinceramente la cocina de Josep Quintana.
Su respuesta fue, por cierto tan amable como siempre, que tal vez en la próxima ocasión debíamos pedir el menú de 35 €. ¡Mensaje no recibido!
Ya no perseveré en el asunto. Como tampoco lo hice cuando al levantarnos se acercó Josep Quintana muy amablemente a agradecer nuestra visita. Mis amigos, gente que no frecuenta foros ni guías gastronómicas, no volverán. Percibieron la escasez como racaneo, y éso se paga con el olvido. Yo no lo entendí como tal, sino como un fallo de rodaje.
Y claro que volveré, pero no a pedir el menú de 35 € como me sugirió el encargado, sino a la carta o mejor dicho, a la pizarra, y a disfrutar de una cocina de lujo, a precios -la próxima vez espero que sí- pret a porter.
Que digo que mientras no se ponga, con doble subrayado, los nombres de los sinvergüenzas no ganaremos nada los pagamos (como nos llama Montana). Y montana ha aflojado lo suyo últimamente, olvidando que se debe los clientes? Bon 2013!! Qué falta nos hace.
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