La cocina francesa goza de una merecida reputación. Pero
bajo su manto se cobijan un buen número de locales mediocres, o muy alejados de
la valoración que reciben por sus críticos. Le comento dos de ellos que he
tenido ocasión de visitar recientemente.
Pocas cocinas, si alguna, tienen la reputación de la del
Hexágono. Desde hace siglos Francia ha cultivado una inteligente estrategia de marketing
con sus productos gastronómicos hasta convencer al mundo, o a una parte suficientemente
relevante del mismo, de que son sinónimo de calidad. Aún hoy, si se quiere
celebrar un evento excepcional se brinda con champagne, si se piensa en queso, una
proporción relevante de la población, piensa en el Camembert o en los Brie. Y,
por supuesto, la elegancia en el vestir
está asociada a los modistos del Foubourg-Saint-Honoré.
Lo anterior es sin duda parte de la realidad. Y nada hay que
objetar. Pero también forma parte de ella, los cocineros que bajo ese paraguas
magistralmente tejido se cobijan a base de Coquilles St. Jacques y foie más la
consabida salsa de nata. Y por supuesto con un continente soberbio, y una profesionalidad
del servicio sin tacha, que son, por supuesto, dos de los elementos más
valorados por sus conciudadanos dedicados a la labor de la crítica gastronómica
(casi siempre anónima). Los dos restaurantes que les describo forman parte de
estos segundos a pesar de que “la reputada crítica internacional” los coloca por
las nubes.
Este cocinero que le da nombre al local fue uno de los
primeros es descubrir la fuerza de la mercadotecnia. Y, más en concreto la de
ir contracorriente. Siendo uno de los creadores de la nouvelle cuisine, renuncio
a las tres estrellas Michelín que tenía su restaurante Lucas Carton –una
auténtica maravilla- declarando a los cuatro vientos –y bien apoyado por un excelente
equipo de relaciones públicas- que no podía mantener el lujo que implicaban. Y acto seguido, abrió en el mismo lugar y casi con la misma
decoración, menos la cubertería y el cuidado de las mesas, este restaurante.
El
impacto de la noticia fue el imaginable y desde entonces llena sin problemas su
local, sobre todo por la noche. Principalmente, me da la impresión, de turistas
del otro lado del Atlántico que parecen estar convencidos que visitándolo
atacan los cimientos del elitismo en el que se mueven otros locales de sus
compañeros de profesión. Por supuesto, al poco, la Michelín le concedió dos
estrellas.
El problema, en mi opinión como es evidente, es que la
calidad de lo que ofrece es menos que regular. O en todo caso muy alejada de lo
que uno espera de un buen restaurante francés. Dejo de lado el escándalo del
precio del vino que ya he repetido demasiado: pero multiplicar por cuatro el
precio de una botella (en Valencia también hay quien lo hace) se parece demasiado
a un atropello. Pero es que además, lo que ofrece no es ninguna maravilla. En
mi anterior visita tomé como entrante unas ostras tibias con foie en donde ni
las ostras ni el foie destacaban. En la más reciente, como plato principal, un
ravioli de langosta de cuya procedencia no quise indagar: insípida y escasa.
Entre medio nada
destacable ni en cuanto a calidad ni menos en cuanto a servicio quizá porque el
local estaba repleto. Eso sí, nombres rimbombantes, largas explicaciones de platos obvios. Mucho cuento en una palabra. O
mucho ruido y pocas nueces.
Una segunda versión, aunque no aumentada, de lo anterior es
este igualmente precioso restaurante de la capital de la Provenza. En una
tranquila calle, no lejos del centro pero fuera de él, un chalet espectacular
con un espacioso jardín. Lo que la rancia
prensa denominaría “un marco incomparable”. En este caso, el problema son uno precios de
escándalo, muy superiores a los de Senderens en Paris que no son elevados, para
una calidad igualmente mediocre. La carta que tenían a comienzos del verano no es
la misma que figura en internet hoy pero los precios son igual de exagerados.
Por no hablar de los fijados para los vinos entre los cuales sólo los de la
zona eran razonables. Los Burdeos y Borgoñas no es que los multiplicar por
cuatro sino pro cinco o por seis (los que conozco)
Y poco que destacar en esta ocasión excepto la compañía y la
tranquilidad: un pichón como los hay a cientos (con un saignant más que
discutible), una ensalada de santerellas de tan buena presencia como carentes
de sabor. Y unos lomos de lubina aceptables pero no para pagar por ellos más de
40 €. NI siquiera un servicio exquisito. Insuperables los camareros y el
sumiller que nos descubrió un blanco excepcional, pero no el maître: se creía que por no ser
franceses tenía que dar su aprobación a lo que se pedíamos.
El complemento: gráfico
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El champagne del error aunque el rosado inferior al brut, (por supuesto con permiso de VEREMA) |
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Exquisito rellenado de copas en El Club Allard (Madrid) |
¡¡Bien Montana!!. Sigue así, y si te ladran es que cabalgas. ¡¡que les den que estamos hartos de que nos saquen los cuartos!!. Que ja está bien de aguantar. Por cierto, ¿has visto la web de Apicius?. Si la de L'Escaleta es ególatra, la del matrimonio Apicius se hyperególatra. ¿que se han creído? ¿que son Ronaldo?. Nunca lo hubiera sospechado de Medida. Para mi que es ella que se lo ha creído. Malo malo. ánimos tuq ue puedes denuncia
ResponderEliminarGracias por su tiempo. En este caso, estoy seguro de que si les hace llegar su comentario lo tendrán en cuenta (que no quiere decir que le hagan caso). Mi opinión es que son una pareja muy profesional. Y sí, a mi tampoco me agrada que la primera imagen sea para personas y no para el local. Pero...
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